Trueques

El bando republicano tenía papel pero no tabaco que fumar. El bando fascista tenía tabaco pero no papel con que fumar. Ambos bandos atesoraban unas ganas terribles de fumar. Así que provistos de banderitas blancas, orientados por el más común de los sentidos e instigados por la prolongada abstinencia, se encontraban periódicamente los más empedernidos de ambos bandos e intercambiaban, además de papel por tabaco, noticias de familiares que habían quedado separados por aquella absurdidad. Unos y otros lograban mitigar así sus ansias a base de nicotina y nuevas de los suyos.Ajenos a las consignas del alto mando, desconocedores de la planificación básica de combate, ignorantes de la geoestrategia y el posicionamiento de los bandos y ni remotamente conscientes del frágil equilibrio bélico internacional, aquellos tipos resolvían lo que realmente les incumbía, y lo hacían como hombres, como personas.El hecho es en sí extraordinario: en mitad de la sinrazón absoluta, de la estupidez máxima que representa la guerra (y más la guerra entre hermanos) aparece como por arte de magia, un relámpago de inteligencia, de sentido común, que devuelve la dignidad perdida a aquellas personas.Volví a tener la misma impresión un verano que visité Euskadi. Se acababa de ilegalizar Batasuna y mucha gente me dijo que no era momento para ir. Pero en los pueblos, las aldeas, los caseríos, aquellas personas vivían como suspendidos en el tiempo y me atrevería a decir que también en el espacio, en el espacio irreal y mágico que confiere toda la gama cromática del verde a aquellos parajes. Al margen del resto del mundo, y pasando absolutamente de la situación, hacían lo que habían visto hacer a sus mayores, las labores de siempre, las mismas fiestas, los mismos rituales, y todo al mismo ritmo, con la misma acumulada sabiduría y trazaban, como no, el camino de sus hijos.

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