El Jero

 

EL JERO

 

No, los pies de Jero no olían mal... Siempre había sido un tipo listo, uno de esos que siempre dice lo que uno espera oír, un encantador de serpientes atractivo y ambicioso.

 

Era muy guapo: ojos verdes almendrados, tez morena y pelo negro ensortijado.

 

Quinto hijo de una familia de vendedores ambulantes de Terrassa, desde muy niño destacó por ser diferente al resto de sus hermanos. Era listo, vivo, captaba todo a una velocidad sorprendente, y muy pronto se hizo con las claves del negocio familiar. Los mercadillos de Rubí, de Terrassa, del Prat, de Sant Adrià… fueron sus escenarios de infancia. Allí aprendió a tratar a las clientas, a seducirlas con las palabras justas, a provocar su compra y en ocasiones su deseo. Más aun, desarrolló la capacidad de prever el comportamiento de las personas con un simple vistazo. Sabía de antemano qué se podía esperar de cada uno, y raramente se equivocaba.

 

Cumplidos los 16 sintió la necesidad de ampliar horizontes y tomó una decisión que cambió su vida. Su olfato le señaló el negoció y, con la intermediación de su amigo de infancia Li Gon y el soporte del Tío Castro de Terrassa, compró una inmensa partida de bragas en China.

 

Con amplios sobornos y los matutes aduaneros correspondientes, logró atiborrar el almacén familiar con 180 millones de bragas de las mejores marcas. El éxito fue inenarrable. En 6 meses se vio en la cúspide de una pirámide de distribución y venta de bragas que iba desde Portbou hasta les Cases d’Alcanar. No había mercadillo de pueblo, por pequeño que fuera donde las bragas de Jero no arrasaran.

 

El dinero entraba a espuertas y Jero montó entonces la “RADICAL” (Red Autònoma de DIstribució de CALces). La pujanza era tal, que su nombre empezó a sonar en los círculos económicos de Barcelona, e incluso algún publicista avezado, se le insinuó con propuestas y eslóganes del tipo  Ten contento tu agujero y cámbiate a bragas JERO!”

 

A Jero no le interesó la notoriedad. Tenía otros planes. Puso al frente de la RADICAL a su amigo Li Gon, que la gestionó con suma eficacia (su escuela eran los talleres de confección clandestinos y las cadenas de peluquerías Fin-Fel!) y él, libre como pájaro, se dedicó a viajar y a vivir.

 

Respetaba la tradición de sus ancestros, pero no se imponía cortapisa alguna. Listo, joven, rico y atractivo: tenía el mundo en sus manos…

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